Por Harold Cortés
“Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra”, Mateo 5.5.
Si hay una norma cultural que impera en el corazón de millones de ciudadanos en el mundo es la necesidad de aparentar una actitud y un carácter aguerrido, orgulloso.
En la actualidad, virtudes como la humildad han llegado a ser consideradas como signos de “debilidad”. Sin embargo, Jesús, que nos enseñó a ver el mundo al revés, pensaba todo lo contrario.
Él enseñó en el emblemático sermón del Monte que la verdadera grandeza de un hombre o una mujer viene de un espíritu humilde (del griego tapeinofrosune), es decir, de una aceptación de nuestras propias limitaciones y bajezas, lo que desencadena en una actitud de sumisión y rendimiento a la voluntad de otro. Para Jesús, las personas con este carácter “heredarán la tierra”.
¡Por supuesto esta es una palabra difícil de creer! Mientras en el “mundo terrenal” se nos dice que únicamente los poderosos, inteligentes y osados son quienes obtienen las mejores oportunidades y riquezas, el Maestro nos deja ver cómo funciona el “mundo espiritual”.
Jesús nos está diciendo: quienes han aceptado la autoridad, el dominio y la soberanía de Dios sobre sus propias vidas, y quienes consideran que sus vidas solo dependen de Él, ellos hallarán cabida en la tierra prometida.
“Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?”, dice Jesús 11 capítulos después (Mt. 16.26).
En este sentido, tres veces bendecido es aquel que se somete a Dios en lugar de perseguir el poder y el reconocimiento terrenal.
“Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana”, dice Jesús en Apocalipsis 2:26-28.
Por eso, sé humilde ante Dios, y Él te exaltará cuando sea tiempo (1 Pedro 5:6).