Por Harold Cortés
«La hora viene y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren», Juan 4.23.
La adoración, amados, es la base de toda la vida cristiana. La adoración para el creyente viene a ser como:
- Las llantas para el carro: No podemos llegar muy lejos sin la adoración.
- Como la pintura para el cuadro: No tenemos sentido y relevancia para Dios sin la adoración.
- Como el balón de fútbol para el partido: No podemos jugar bien al cristianismo sin la adoración.
- O como las cuerdas de una guitarra para el instrumento: No produciríamos la hermosa melodía con la cual Dios se deleita en nosotros.
Y es que, de todas las cualidades o actitudes que un cristiano puede tener, la adoración es la que está en la cima de todas ellas. La adoración tiene dimensiones internas, externas y celestiales, y toca cada área de una vida cristiana.
La mujer Samaritana estaba ansiosa por saber si el lugar más aceptable para adorar a Dios era el templo de Jerusalén o el lugar sagrado samaritano sobre el monte Gerizim. Y Jesús le dijo:
“Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”, Juan 4.21-23.
En otras palabras, no es el sitio ni las formas externas de adoración lo que realmente importa, sino la actitud del corazón del adorador para con Dios.
John MacArthur, en su libro: Ministerio Pastoral, capítulo: La adoración, dice y cito: «Una profunda adoración se produce cuando el corazón del adorador se hace más honesto y cuando la verdad consume la mente del adorador. Toda adoración que no se ofrece en espíritu y en verdad es completamente inaceptable para Dios, no importa cuán bellas puedan ser las formas externas».
Y este es el asunto que Jesús quiere tratar en Juan 4.1-42 con la mujer Samaritana: Que la verdadera adoración no es rito sino estilo de vida. No es una acumulación de ceremonias bien organizadas, es un espíritu avivado que está saturado por la verdad del Evangelio y que nos mueve a la presencia de Dios.