Por Alexander Rondón
Mucho se ha escrito sobre el perdón y como cristianos nos encanta mencionar lo importante que es, incluso lo llegamos a comparar, en su mayoría de veces, con la imagen de Cristo perdonando nuestra pecaminosidad.
Hacemos fiesta cuando nos sentimos perdonados por Dios, nos encanta la idea de poder compartir con nuestros allegados ese gran evento en nuestras vidas. Por otro lado, no podemos negar el alivio que da, saber que alguien nos ha perdonado cuando hemos sido nosotros los que fallamos.
Que bonito y tierno, pero ¿qué pasa cuando somos nosotros los que debemos otorgar el perdón? Mucho se nos habla de lo liberador que es perdonar y sobresalen frases como “no hay que estar amarrado a una persona”, “debemos perdonar porque Cristo nos perdonó”, “Errar es de humanos, pero perdonar es divino”, “con el perdón se ayuda a alejar el dolor, así uno nunca olvide”, y más.
Con todo esto, no dejo de pensar cuando Jesús estaba hablando en Mateo 5:38-48 sobre el amor a los enemigos, él estaba dando un gran mandato allí, estaba mandando a no guardar en nuestras vidas el rencor. Teniendo este pasaje en mente, se puede decir que la persona que otorga el perdón es perfecta, así como el Padre que está en los cielos es perfecto (V.48).
Al mencionar “el riesgo” de perdonar a una persona que nos ha herido -lo cual no se suele decir abiertamente-, es que ahora no solo te sientes bien, sino que también ahora le miras a quien te hirió con misericordia, compasión y amor. Aquel quien ha decidido ser perfecto y aceptar el amar al enemigo, ha logrado en alguna medida mirar como mira Jesús.
Definitivamente esto es vivir en el Reino del revés, porque mientras que la sociedad te dice que no existe el perdón o cuestiona mucho a quien decide perdonar, el cristiano da ejemplo de un Reino de amor que anima a despojarse del dolor y “perder”.
Concluyo preguntando: ¿deseas tú aceptar “la desventaja” de perdonar y ser liberado de los rencores?