Así puedes compartir tu fe con tu historia de vida

Por Harold Cortés

Mi mamá asiste a la iglesia desde que yo tenía para el mundo ocho años. Ella tendría para ese momento 31, si mal no recuerdo, y se había negado por mucho tiempo a asistir a una congregación. Su argumento se basaba en que para ser creyente debía «renunciar a muchas cosas».

—Hoy no puedo ir a la célula —le decía a la tía Liliana, mientras salía de casa con sus tacones de 10 centímetros y una minifalda de los años 90 para ir a la fiesta.

Y esto se repitió por años.

A la tía Liliana casi siempre se le notaba la cara de impotencia. Y es que mis padres eran de ese tipo de incrédulos difíciles de convencer. Pero ella perseveraba en su afán por llevarnos a la fe en Jesús. No sé quién le dio la estrategia que lograría cumplir con ese objetivo, lo que sí puedo decir es que le funcionó.

Una noche del año 2000, la tía Liliana llamó a mis padres. Una llamada urgente, precisa, sin rodeos.

—Señorita, ¿verdad que van a salir a bailar? —le dijo la tía a mi madre, por teléfono—. Arrime por mí y salimos con mis vecinas que están que se bailan.

Nuevamente mi mamá con sus tacones de 10 centímetros, la minifalda de los 90. Mi padre vestido como un integrante del Grupo Niche: gafas negras, chaqueta de cuero. Llegaron a la casa de la tía a eso de las 9 de la noche y tocaron a la puerta.

La tía les abrió.

—¿Todo listo? —les preguntó a mis padres. Los saludó de beso y los invitó a pasar.

La casa estaba en silencio. Dentro, en una salita con sillas de plástico ubicadas en un semicírculo, había unas 15 personas y un hombre de saco y corbata con un libro de tapa negra en la mano. En una esquina estaban las vecinas de la tía, que no parecían tener ánimos de salir a bailar.

Sí. Mis padres habían mordido el anzuelo. Estaban en medio de una célula evangélica, vestidos con ropa de “¡que viva la música!”.


Esa noche mis padres entregaron sus vidas a Jesús. Se arrepintieron de sus pecados y desde entonces asisten a una congregación. Dieron una vuelta de 180 grados.


A pesar de que en todos estos años mis padres han enfrentado duras pruebas de fe, Jesucristo ha respaldado la decisión que tomaron esa noche, y han sido, en diferentes momentos, luz en medio de las tinieblas para sus amigos y compañeros de trabajo.

Yo soy fruto de esa decisión de fe, al igual que mis dos hermanos menores. Pero no solamente yo, también otras personas que han escuchado la cómica historia de una noche de baile que terminó en célula evangélica.

De los 90’s al siglo XXI

La época de mis padres es diferente a la nuestra en varios aspectos. En primer lugar, mis padres decían que no querían asistir a una congregación porque tenían que “renunciar a muchas cosas”. En la actualidad, en cambio, las personas dicen que no quieren asistir a una congregación porque están“decepcionados del mal testimonio de los creyentes”.

En segundo lugar, en la época de mis padres, si bien había un pequeño brote de pensamiento liberal, las familias colombianas eran más conservadoras. Los movimientos LGTBI eran esporádicos. El modelo de familia tradicional era respetado y defendido. El impacto de la iglesia en las instituciones  era mayor.

En la época actual, por el contrario, los movimientos de libertad de expresión abundan. El modelo de familia tradicional ha cambiado. Los jóvenes ya no creen en el matrimonio. Las mujeres han desencadenado una serie de movimientos feministas que atentan contra la integridad del sexo opuesto y los hombres son más salvajes e insensibles. Como afirmó Jesús en Mateo 24.12: “por haberse multiplicado la maldad”, el amor de muchos se enfrió.

Lo tercero es que la época de mis padres era diferente a la nuestra porque en ese momento, en los años 90, nadie pensaba que las redes sociales iban a cambiar por completo la cultura. Hoy el acceso a la información les ha dado a las personas la posibilidad de compartir sus pensamientos, sus ideales, sus estilos de vida. Y nunca antes la iglesia había estado más expuesta que ahora.

Sólo basta con ingresar al Facebook o al Instagram para enterarnos cómo las personas critican y se burlan de la fe de muchos y adoptan diversos tipos de modas y tendencias que van en contravía de la Palabra de Dios. Gracias al internet, a las redes sociales, nada es privado, todo hace parte de la esfera pública, y los errores cometidos son más visibles e intolerables que antes.

Pablo le advirtió a Timoteo sobre la clase de personas que habría en la actualidad, al decirle que:

En los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella.

Pablo, 2 Timoteo 3. 1-5

Han pasado 17 años desde que mis padres aceptaron el reto de seguir a Jesús, y en ese periodo de tiempo, la sociedad se ha ido disolviendo como agua, ha perdido su consistencia. De hecho, temo que la era digital este apartándonos cada día más de la posibilidad de interactuar con el otro de forma personal, con café en mano, una tarde entera.

Este tipo de cambios socio-culturales y tecnológicos me han hecho reflexionar sobre la forma en la que podemos —debemos— compartir nuestra fe con el mundo. Y no es mi objetivo desdibujar las estrategias de evangelismo que se realizan en las iglesias, al contrario, la respuesta a la que he llegado se encuentra en la anécdota de mis padres, en el hecho de contar nuestra historia personal como mecanismo de interacción social y evangelística.

El poder de las historias

Soy periodista, y en mi oficio he tenido el privilegio de conocer a muchas personas. Historias de vida increíbles. Todas ellas me han estremecido en alguna manera. 


Las historias tienen un poder singular. Las historias reconstruyen la memoria de una persona. Las historias representan un legado. Las historias son huellas en el alma que, al compartir con el mundo, permiten a otros identificarse con nosotros, subsanar heridas, responder interrogantes.


Las historias tienen una magia especial, gracias a ellas somos más empáticos, es decir, nos permite ponernos en los zapatos de nuestro prójimo, comprender el mundo de los demás. Las historias nos hacen ser seres comunes. En ellas, en las historias, no hay etnias, creencias religiosas o partidos políticos. No hay diferencias de ningún tipo. Al contrario, en las historias hay esperanza, fe y libertad.

La Biblia está llena de historias de fe. Hebreos 11, por ejemplo, es todo un museo de anécdotas de esperanza y fortaleza espiritual. Y sé que tú también tienes una historia que contar.

Tres pasos para compartir nuestra fe con nuestra historia personal

En Deuteronomio 6. 6-7, Dios da una instrucción a Israel: “y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón; y diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes.”

Este relato está enmarcado dentro de los 40 años de peregrinación que los israelitas tuvieron en el desierto. El capítulo 5 de Deuteronomio nos dice que Moisés llamó a todo Israel y les dijo: “Oye Israel, los estatutos y decretos que yo pronuncio hoy a tus oídos; apréndanlos, y guárdenlos, para ponerlos por obra”.

Con este contexto, lo primero que debemos tener en cuenta para compartir nuestra fe es meditar en la palabra de Dios. “Y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón“, dice.

Para compartir la fe mediante historias de vida, el creyente debe primero apropiarse de los principios de la fe cristiana y vivirlos. 

Las “palabras que yo te mando hoy” son los 10 mandamientos. Cada uno de ellos fue explicado por Jesús en su famoso sermón del Monte, descrito en Mateo 5 al 7, y se pueden resumir en dos grandes principios:

Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente [..] y Ama a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.

Jesús, Mateo 22. 34-40 (NVI)

Nuestro principio máximo de fe es actuar en amor. De allí se nutren nuestras historias de vida, nuestros testimonios personales.

Creo que la razón por la cual a muchas personas se les dificulta compartir su fe mediante el testimonio personal, es porque no han tenido ocasión de aplicar el amor en su cotidianidad.

La Biblia no nos dice que debemos estar enterados de lo que dice la palabra de Dios, sino que ésta deben “estar puesta en nuestro corazón”.

Pero, ¿a qué nos referimos con poner las palabras de Dios en nuestro corazón?

El término corazón en hebreo se traduce lebáb, y se refiere a  los sentimientos, la voluntad y el intelecto.

Así, las palabras de Dios, sus mandamientos, deben estar por encima de nuestros sentimientos, nuestra voluntad y nuestro intelecto. Esto demanda del creyente una disposición para aprender la Palabra y meditar en ella. (Vea 2 Timoteo 3. 14-17).

Lo segundo es enseñar la palabra diligentemente. “Y diligentemente las enseñarás”, dice el versículo.

La palabra diligente, de la raíz hebrea meód se refiere a tres cosas: con rapidez (periodicidad), con todas tus fuerzas (actitud) y con cuidado (ética).

  • Con rapidez: se refiere a que debe hacerse de forma constante, progresiva, reiterada. No se refiere al número de minutos u horas invertidos, porque una buena historia y su explicación toma tiempo, hace referencia a la periodicidad con la que lo hacemos.
  • Con todas tus fuerzas: se refiere a tener una actitud apasionada. Apropiarnos de nuestras historias de vida y sentirnos orgullosos de haberlas vivido. Nuestras historias serán tan impactantes como nuestra actitud para contarlas.
  • Con cuidado: es decir, con responsabilidad ética, sabiendo que debe estar apoyada en la verdad y debe cumplir el objetivo de brindar esperanza al otro.

En Lucas 24 hay un ejemplo que ilustra lo anterior. Se trata de la conversación que Jesús tiene con sus discípulos en el camino a Emaús:

Y he aquí que aquel mismo día dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, que estaba como a once kilómetros de Jerusalén. Y conversaban entre sí acerca de todas estas cosas que habían acontecido. Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. 16 Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen. Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?

Lucas 24. 13-14 (LBLA)

El pasaje termina diciéndo en el versículo 32: “Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”. Un buen contador de historias es una persona diligente.

Por último, debemos compartir nuestras historias de vida en todo lugarY hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes”.

El éxito de las novelas y de los libros de cuentos, así como de las series documentales, las biografías y las películas basadas en hechos reales, es la muestra de que las historias se han convertido en nuestra manera de conocer al mundo.

Si tienes en cuenta esto, podrás ser más eficaz a la hora de compartir tu fe con tus hijos; con los familiares que se “sientan en nuestra casa”; con los vecinos y amigos que “andan por el camino”; o con la esposa y el esposo con los cuales “nos acostamos y nos levantamos”.

Y si piensas que tu historia no es tan llamativa o extraordinaria, quiero decirte que tu historia es importante.


Es importante porque Cristo la ha transformado, porque el misterio de la salvación se realizó en usted de forma inexplicable y milagrosa, porque la luz del evangelio le ha mostrado un camino de salvación en medio de un mundo de oscuridad.


En Salmos 145, el salmista habla de lo que hace importante nuestras historias personales, además de darnos algunos aspectos para potenciarlas:

La gloria de tu reino dirán,
y hablarán de tu poder,
para dar a conocer a los hijos de los hombres
tus hechos poderosos,
y la gloria de la majestad de tu reino.

Salmos 145. 11-12

De esta manera podremos compartir nuestra fe mientras mostramos la gloria y la majestad del reino de Dios y los hechos poderosos a favor de nosotros.

*Este artículo fue predicado en la Iglesia Torre Fuerte de los Hermanos Menonitas en Bogotá en Octubre de 2018.

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